Karim, acompañado por Manu, miembro de la Asociación de Vecinos, muestra los hoyos que los roedores han escarbado en los parterres del ámbito, y que se cuentan por decenas. «Los vecinos suelen llamar para notificar el problema, pero todo sigue igual. De hecho, cada vez hay más agujeros. No queremos crear ninguna polémica, pero sí dejar constancia de lo que está sucediendo», afirma Manu. A pocos metros aparece el cuerpo de una de las ratas. «A ésta se la tuvo que cargar un chaval, porque estaba a punto de colarse en un bar», comenta Karim.
La problemática preocupa especialmente a los vecinos de los bajos y a los propietarios de los comercios de Alzukaitz y otras calles del entorno. Iñaki tiene cerradas las dos puertas de su carnicería, aunque reconoce que con el calor, si por él fuera dejaría ambas abiertas «para que haya corriente. Pero, ¡imagínate que se me meten dentro!». Justo frente a su comercio hay un tubo de plástico semisoterrado que sirve para canalizar el exceso de agua cuando llueve, pero al que las ratas le han dado el uso de escondrijo. Las mordidas y agujeros así lo atestiguan. Iñaki acaba de depositar algo de veneno a través de uno de estos agujeros: «hace apenas unos minutos he visto cómo una asomaba la cabeza por ahí».
«Es muy habitual que haya ratas, y bien grandes», confirma Mila, que trabaja en un bar de la calle Alzukaitz. «Durante el invierno también hemos solido ver un montón. No sé de dónde vienen, pero es así. Hemos tenido que poner barreras para que no se nos cuelen dentro. La verdad es que es algo problemático», asegura.
Reflexionando sobre una posible solución a este problema, los vecinos sugieren una mayor frecuencia en las campañas de desratización que lleva a cabo Servicios de Txingudi. No obstante, Karim aventura la hipótesis de que las ratas se hayan vuelto «inmunes» al veneno, y que esa sea la causa de su proliferación.