Como en tantas ciudades del mundo, las calles de IrunHondarribia también son escenario de historias y vidas marcadas por la soledad y la exclusión. En la comarca, más de cien personas sin hogar han hecho de ciertos puntos de los municipios su refugio diario y nocturno. Sin embargo, su presencia suele pasar inadvertida para gran parte de la ciudadanía.

Cada lunes y miércoles, Antonio Lizarralde ‘Pottoko’ y Marcos Amundarain recorren esas calles con un propósito claro: acercarse a quienes se han quedado sin un hogar. Lo hacen como voluntarios del programa Bidelagun de Cáritas, que nació hace tres años ante una necesidad evidente: la de estar donde se encuentran esas personas que no tienen un techo bajo el que dormir.

Su labor consiste en acercarse a quienes la sociedad tiende a convertir en invisibles. Lo hacen siempre desde el respeto y la humanidad, sin imposiciones ni metas marcadas, conscientes de que cada acercamiento supone una invasión de su espacio personal. La experiencia que ambos han acumulado en este ámbito resulta esencial: Pottoko ha trabajado con este colectivo en Cáritas durante cerca de cuatro décadas, mientras que Amundarain ha dedicado también muchos años como voluntario en el Programa Sin Hogar de la misma entidad.

No obstante, más allá de la experiencia, ganarse la confianza de quienes han hecho de la calle su hogar requiere paciencia y constancia. “Ha habido personas con las que nos ha costado mucho tiempo, porque si alguien no quiere hablar, por supuesto se le respeta. Por eso no nos marcamos objetivos ni actuamos como si fuéramos salvadores, venimos a humanizar ese momento, a tratarles como lo que son, personas que están ahí por una injusticia social”, relatan.

Los voluntarios salen a la calle dos veces por semana, manteniendo así la continuidad en las relaciones que van construyendo. En ese recorrido ofrecen a las personas sin hogar un acompañamiento en su sufrimiento y soledad. “Es una labor que hacemos asiduamente. La gente nos espera, y si no vamos a poder ir, les tenemos que avisar. Somos voluntarios, pero tenemos una responsabilidad”, afirman.

En contra de los tan extendidos prejuicios sociales, el equipo de Bidelagun sabe de primera mano que la exclusión social no se limita a la falta de dinero o de un hogar. “Hay muchísimo sufrimiento y muchísimo dolor. Son personas que a lo largo de su vida han vivido situaciones vitales estresantes, traumáticas. Para salir de ese tipo de situaciones hace falta tener capacidades y recursos, referencias, manos tendidas… Y no todo el mundo las tiene. Por eso no hay que olvidar que son personas que luchan por salir de esa situación, pero que no pueden, y que nadie está en la calle porque quiere”.

Por su parte, Amundarain hace hincapié en que no todas las personas nacen iguales. “Me molesta mucho cuando escucho esa afirmación, porque es mentira. Unos nacen con muchos boletos para acabar en la calle, por su lugar de nacimiento, por su entorno, por posibles enfermedades… Hay un ejemplo que siempre pongo, el de una chica que estaba tomando una raya de cocaína y me dijo que no sabía qué tenía la cocaína, que lo único que sabía era que cuando era pequeña y tenía hambre, el frigorífico de su casa estaba vacío, pero cocaína había toda la que quisiera”.

Asimismo, reconoce que en ciertos casos resulta cierto que algunas personas no desean salir de su situación, pero matiza esta afirmación con una explicación: “Existe un nivel de exclusión del que ya no hay retorno. El ejemplo más evidente es el del alcoholismo. Llega un punto en el que es como si se les hubiera roto la columna vertebral. Cuando alguien tiene una lesión de columna y depende de una silla de ruedas, nadie dice ‘no se levanta porque no quiere’. Algo similar ocurre con el alcoholismo en sus fases más extremas: no hay vuelta atrás, y esas personas ya no pueden ni quieren salir. Pero el foco debe estar en entender por qué han llegado a ese nivel”.

Un aumento en el número de personas sin hogar

A lo largo de sus años de trabajo con este colectivo, Pottoko ha observado cómo el número de personas sin hogar ha ido en aumento. Quien fuera responsable del programa Sin Hogar de Cáritas atribuye este incremento al carácter cada vez más clasista, competitivo e individualista de la sociedad. “Esto genera exclusión, porque la gente no puede montarse en ese tren, porque por distintos motivos no pueden ser competitivas, y el propio sistema les deja en la calle”, señala.

Esa exclusión los condena a enfrentar problemáticas profundas, a menudo relacionadas con la salud mental, las adicciones o procesos de desarraigo que los han aislado progresivamente, llevándolos a una soledad total. “Viven situaciones tan duras que tienen que inventarse una vida virtual, para no verse a sí mismos, porque si vieran su propia realidad se pegarían un tiro. De hecho, muchas veces no quieren ir a los centros porque ven en los otros un espejo en el que se ven reflejados, y ellos no quieren pensar que son como los otros”.

En este sentido, señalan que su acompañamiento busca generar esperanza e ilusión “Somos realistas, no les decimos que podrán subir el Everest, pero sí que pueden mejorar su situación. Y, sobre todo, les hacemos ver que son importantes. Para ello la escucha es imprescindible”.

Cuarenta y tres intervenciones en 2023

Tan solo a lo largo del pasado 2023, Pottoko y Amundarain mantuvieron contacto con cerca de ciento treinta personas sin hogar y realizaron cuarenta y tres intervenciones. “Algunas de esas personas salieron de la calle, y muchas otras dieron grandes pasos, como llegar a una habitación, acudir a los servicios sociales y a los centros de salud, comenzar a tomar la medicación…”.

Los voluntarios matizan que la inserción no es el fin último y único, puesto que Bidelagun persigue muchos otros propósitos. “Uno de nuestros principales objetivos es la reducción de daños. Porque el final de una persona no es la calle, sino la muerte, y en medio están los procesos degenerativos que tratamos de reducir”, cuentan.

Para ello, otra de las claves del programa es el acompañamiento en cuestiones relacionadas con la salud, los documentos de identidad y el empadronamiento, entre otros. Este trabajo lo realizan dos voluntarios adicionales, Ángel Pérez y María Lojendio. “Les acompañamos in situ, porque no podemos ir y decirles tienes que ir al médico, al Ayuntamiento o a donde sea. Por un lado, porque para eso hacen falta recursos y capacidades y, por otro lado, porque muchas veces no son bien recibidos en esos espacios”. No obstante, el acompañamiento se lleva a cabo sin anular la autonomía de las personas. “Ellas tienen que ser responsables, pero vamos con ellas, porque en ese recorrido también se pueden empoderar e ir adquiriendo recursos y herramientas personales”, cuentan.

Sin embargo, tal como señalan los voluntarios, la burocracia suele resultar compleja y poco accesible para quienes desean salir de la calle. “La Administración debe facilitar ciertos procesos”, manifiestan. Al mismo tiempo, consideran que las instituciones deberían ofrecer más alternativas a las personas sin hogar, así como recursos adaptados a sus capacidades. “Hasta ahora, las personas se tienen que adaptar a los recursos, vengan de donde vengan, y tengan las problemáticas que tengan. Y si no lo hacen, no entran. Pero si queremos integrar a esas personas también hay que adaptar a ellas los recursos y los proyectos”, apunta Pottoko.

Además, pone el foco en la vivienda, y alude a la iniciativa Housing First, que aboga por ofrecer a las personas sin hogar primero un lugar en el que vivir, y a partir de ahí comenzar a trabajar su reinserción en la sociedad a través del acompañamiento. “Hoy en día funciona al revés, la vivienda es como el regalo cuando una persona ha hecho un recorrido bestial, parece una cuestión meritoria. Pero, ¿qué pasa con las personas que no pueden hacer ese recorrido por falta de capacidad?”, reflexiona. Y aunque reconoce que el Housing First no resulta válido para todo el mundo, insiste en que las claves se encuentran en el acceso a la vivienda, a la salud y al empadronamiento.

En su búsqueda de alternativas para revertir el aumento de casos de personas sin hogar, reconocen también que la Administración se encuentra “muy alejada” de la realidad. “Hay programas municipales de acompañamiento, pero se basan mucho en objetivos, y los objetivos no siempre se consiguen en un tiempo determinado, porque muchas veces se sube y se baja. Eso requiere más tiempo, más cercanía, acercarse a las personas, tocar más el barro”, aseguran.

Complicidad ciudadana

Educar y sensibilizar a la sociedad sobre las realidades de las personas sin hogar es otro de los objetivos fundamentales de Bidelagun: “Nos preocupa que la ciudadanía tiene que cambiar su mirada hacia esta gente a la que culpa, cuando en realidad son víctimas de la sociedad que estamos generando”. Y aunque reconocen que existen campañas de sensibilización y que ellos mismos ofrecen charlas en centros, aseguran que “habría que potenciar mucho más esa parte de sensibilización”.

Con todo, también reconocen que en la comarca han encontrado a menudo la complicidad de la ciudadanía: “Hay muchos hosteleros, comerciantes y vecinos que colaboran y nos proporcionan información, nos dicen dónde están las personas sin hogar y si pueden echar una mano la echan”, explican.

Aunque consideran que si las instituciones ofrecieran más recursos, su impacto podría ser mayor, el equipo de Bidelagun tiene claro que continuará trabajando para visibilizar la realidad de quienes se han quedado sin hogar. Además, recuerdan que el programa de voluntariado se encuentra abierto a todas las personas que deseen colaborar.